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«Hay un tiempo en la vida en que esperas que el mundo esté siempre lleno de cosas nuevas. Y luego llega el día en que te das cuenta de que no será así en absoluto. Ves que la vida se convertirá en una cosa hecha de agujeros. De ausencias. De pérdidas. De cosas que estuvieron allí y ya no están. Y te das cuenta, además, de que tienes que crecer alrededor y entre los vacíos, aunque si alargas las mano hacia donde estaban las cosas sientas esa tensa, resplandeciente opacidad del espacio que ocupan los recuerdos (…)
White dijo que adiestar un azor era como el psicoanalisis. Dijo que entrenar un azor era como adiestrar a un persona que no era humana, sino un ave de presa. Ahora veo que tengo más de conejo que de azor. Vivir con un azor es como adorar un témpano de hielo, o una ladera de rocas desprendidas azotadas por el frío viento de enero.Es la lenta expansión de una astilla de hielo en tu ojo. Amo a Mabel, pero lo que hay entre nosotras no es humano. Es el tipo de frialdad que hace que los interrogadores puedan tapar con tela la boca de hombres y meterles agua en los pulmones convencidos de que no los están torturando. Qué cosas le hacemos a nuestro corazón. Te apartas de ti misma, como si tu alma pudiera ser también un animal migratorio, te sitúas a cierta distancia del horror y miras fijamente al cielo. El azor atrapa a un conejo. Yo mato al conejo. En mi corazón no hay sed de sangre. No me queda corazón. Lo observo todo como si fuera un verdugo tras mil ejecuciones, como si todo esto fuera la forma inevitable en que funciona el mundo. No creo que lo sea. Rezo porque no lo sea. »